de Vladimir Ilich Ulianov ( Lenin)
El imperialismo, fase superior del capitalismo
Esta obra de Lenin sobre el imperialismo fue escrita en 1916. Los antecedentes inmediatos de la misma son sus trabajos “El socialismo y la guerra”, en el que establece que “el imperialismo es la fase superior del capitalismo” y “La consigna de los Estados Unidos de Europa” en el que concreta la definición sobre la internacionalización del capital y su carácter monopolista y la repartición del mundo entre un puñado de grandes potencias.
Lenin cataloga históricamente al imperialismo como la etapa del capitalismo en su fase monopólica; por ende, es una etapa en donde se exacerban al máximo las contradicciones propias de este sistema, razón por la cual, es la época del capitalismo agonizante y en descomposición, por tanto, también es la antesala de las revoluciones proletarias. En la explicación sobre las características del imperialismo, Lenin señala cinco rasgos fundamentales: 1) Concentración de la producción y el capital, lo que da lugar a la formación de monopolios; 2) Formación del capital financiero como resultado de la fusión del capital bancario con el industrial; 3) Predominio de la exportación de capital sobre la exportación de mercancías.; 4) Reparto económico de los mercados del mundo entre las asociaciones monopolistas; 5) Nuevo reparto territorial del mundo entre las grandes potencias, razón por la cual se han producido las conflagraciones mundiales y está latente el peligro de nuevas guerras.
El imperialismo es la última fase del desarrollo capitalista, en ella se expresa el proceso de concentración de la riqueza del mundo en manos de un reducido grupo de empresas monopolistas y países imperialistas. Un elemento muy importante de la caracterización que hace Lenin es el referido a la exportación de capitales, cuya aplicación significa el dogal de la deuda externa que asfixia a los países pobres y atrasados del mundo, condenándoles al saqueo, la dependencia y, por ende, a más atraso. Pero, precisamente esto determina que los pueblos desarrollen su conciencia y organización para la lucha contra el imperialismo y por la revolución proletaria.
Desde que Lenin escribiera esta obra han surgido nuevas potencias imperialistas y se han ampliado las brechas entres éstas y los países dependientes; se ha profundizado la explotación y la desigualdad; pero, a su vez, crece incontenible el sentimiento y la lucha antiimperialista. Esta realidad confirma la validez científica y la vigencia histórica de las tesis de Lenin en su obra “El Imperialismo, fase superior del Capitalismo”.
Fuente:publicado en la página Pcmle
(Ensayo popular )
PROLOGO
El folleto que ofrezco a la atención del lector fue escrito en Zurich durante la primavera de 1916. En las condiciones en que me veía obligado a trabajar tuve que tropezar, naturalmente, con una cierta insuficiencia de materiales franceses e ingleses y con una gran carestía de materiales rusos. Sin embargo, la obra inglesa más importante sobre el imperialismo, el libro de J. A. Hobson, ha sido utilizada con la atención que, a mi juicio, merece.
El folleto está escrito teniendo en cuenta la censura zarista. Por esto, no sólo me vi precisado a limitarme estrictamente a un análisis exclusivamente teórico -- sobre todo económico --, sino también a formular las indispensables y poco numerosas observaciones de carácter político con una extraordinaria prudencia, por medio de alusiones, del lenguaje a lo Esopo, maldito lenguaje al cual el zarismo obligaba a recurrir a todos los revolucionarios cuando tomaban la pluma para escribir algo con destino a la literatura "legal".
Produce pena releer ahora, en los días de libertad, los pasajes del folleto desnaturalizados, comprimidos, contenidos en un anillo de hierro por la preocupación de la censura zarista. Para decir que el imperialismo es el preludio de la revolución socialista, que el socialchovinismo (socialismo de palabra, chovinismo de hecho) es una traición completa al socialismo, el paso completo al lado de la burguesía, que esa escisión del movimiento obrero está relacionada con las condiciones objetivas del imperialismo, etc., me vi obligado a hablar en un lenguaje servil, y por esto no tengo más remedio que remitir a los lectores que se interesen por el problema a la colección de mis artículos de 1914-1917, publicados en el extranjero, que serán reeditados en breve. Vale la pena, particularmente, señalar un pasaje de las páginas 119-120: para hacer comprender al lector, en forma adaptada a la censura, el modo indecoroso de cómo mienten los capitalistas y los socialchovinistas que se han pasado al lado de aquéllos (y contra los cuales lucha con tanta inconsecuencia Kautsky), en lo que se refiere a la cuestión de las anexiones, el descaro con que encubren las anexiones de sus capitalistas, me vi precisado a tomar el ejemplo. . . ¡del Japón! El lector atento sustituirá fácilmente el Japón por Rusia, y Corea, por Finlandia, Polonia, Curlandia, Ucrania, Jiva, Bujará, Estlandia y otros territorios del imperio zarista no poblados por grandes rusos.
Quiero abrigar la esperanza de que mi folleto ayudará a orientar en la cuestión económica fundamental, sin cuyo estudio es imposible comprender nada en la apreciación de la guerra y de la política actuales, a saber: la cuestión de la esencia económica del imperialismo.
EL AUTOR
Petrogrado, 26 de abril de 1917
de Vladímir Ilich Uliánov "Lenin"
El Estado y la revolución
La sociedad de clases y el Estado
Lenin comienza explicando el modo en que el Estado surge de las contradicciones de clase, es decir de las luchas de clases, para conciliarlas en torno a los intereses de la clase dominante. Como vemos en el siguiente fragmento:
El Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.
Sin embargo, los autores burgueses, argumentan que "el Estado es precisamente el que concilia las clases". Ahora bien, el hecho de querer conciliar las clases cuando objetivamente hay, en toda formación social bajo el modo de producción capitalista, un conflicto de intereses entre ellas, supone en sí mismo una toma de partido por la clase dominante y una consiguiente opresión de una clase por otra. Esta conciliación de las clases es la tarea fundamental del Estado: conciliación de las clases, con la condición de su subordinación a los intereses de la clase dominante.
En su libro Reforma o revolución, Rosa Luxemburgo ha intentado profundizar esta tesis teórica de la siguiente manera:
Hoy es ya lugar común la opinión de que el Estado actual es un Estado de clase. En nuestra opinión, esta proposición, como todo lo relativo a la sociedad capitalista, no debe entenderse de una manera rígida, absoluta, sino dinámica, dialéctica (...). El Estado actual es, ante todo, una organización de la clase dominante, y si ejerce diversas funciones de interés general en beneficio del desarrollo social es únicamente en la medida en que dicho desarrollo coincide en general con los intereses de la clase dominante. La legislación laboral, por ejemplo, se promulga tanto en beneficio inmediato de la clase capitalista como de la sociedad en general. Pero esta armonía solamente dura hasta un cierto momento del desarrollo capitalista.
Como explica este texto, el dominio de una clase sobre otra no tiene que entenderse necesariamente como el ejercicio de una violencia manifiesta, ni siquiera intencionada. Los intereses de la clase dominante pueden ser solidarios, en determinadas circunstancias, de los intereses de la clase dominada. Esto no es lo importante: lo importante es que la clase dominante busca esta conciliación, precisamente para seguir ejerciendo su dominio de clase. En las circunstancias en que los intereses de las clases son manifiestamente conflictivos, se rompe con esa armonía.
Según expone Lenin, el Estado surge de la sociedad, pero separado de ella, ejerciendo la fuerza sobre ella. Esa fuerza consiste principalmente en "destacamentos especiales de hombres armados, que disponen de cárceles y otros elementos". Los instrumentos principales por los que se ejerce esta fuerza son la policía y el ejército permanente. Por eso Lenin presenta aquí una primera alternativa comunista: la organización armada espontánea de la población. Ello no es posible para el Estado burgués "porque la sociedad civilizada está dividida en clases enemigas y, además, irreconciliables, cuyo armamento 'espontáneo' conduciría a la lucha armada entre ellas".
Esta realidad oculta sale a la luz cuando los acontecimientos revolucionarios revelan los enfrentamientos de clase, y vemos cómo cada clase se sirve de sus propios "destacamentos de hombres armados" para el servicio de sus intereses de clase.
Lenin subraya que el Estado constituye el instrumento para la dominación de una clase sobre otra. La extinción del Estado o comunismo es un proceso en dos pasos. En primer lugar la toma, previsiblemente por la violencia (no por otra cosa sino porque se prevé que será contestada violentamente), por parte del proletariado de la maquinaria del Estado. Ello conduce a la dictadura del proletariado o socialismo, un Estado que como tal ejerce una dominación de clase, sólo que en este caso una dominación en la que los que mandan son la masa del pueblo: por tanto, una "dictadura", pero paradójicamente, más democrática y además transitoria.
La democracia burguesa se ejerce como una dictadura de la burguesía sobre el proletariado:
Somos partidarios de la república democrática como la mejor forma de Estado para el proletariado en el capitalismo; pero no tenemos derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino del pueblo, incluso en la república burguesa más democrática.
Por el contrario, la dictadura del proletariado, siendo dictadura de una clase, es no obstante la dictadura de la clase más numerosa sobre la menos numerosa. Y es la dictadura de una clase que no busca sostener su situación de dominio sino hacer desaparecer los antagonismos de clase. Esa es su democracia.
Y es una "dictadura" transitoria porque pretendiendo la abolición de todas las clases, con ello el Estado, existente como fuerza coercitiva de una clase sobre otra, sencillamente se irá disolviendo. Ello es así por cuanto que una vez que el Estado se convierte en representante fiel de la propia sociedad (cuando sencillamente la reproduce, en vez de ser su ortopedia, de deformarla por la fuerza) es sencillamente superfluo.
En resumen, dos fases para la desaparición del Estado y la implantación del comunismo:
La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta. La supresión del Estado proletario, es decir, la supresión de todo Estado, sólo es posible mediante un proceso de “extinción”.
Actitud del partido obrero hacia la religión
Autor: Vladímir Ilich Uliánov "Lenin"
El discurso del diputado Surkov en la Duma de Estado, durante el debate del presupuesto del Sínodo, y la discusión en nuestra minoría de la Duma, al examinar el proyecto de este discurso -- que publicamos a continuación --, han planteado un problema de extraordinaria importancia y actualidad precisamente en nuestros días. Es indudable que el interés por cuanto se relaciona con la religión abarca ahora a vastos círculos de la "sociedad" y ha penetrado en las filas de los intelectuales que están cerca del movimiento obrero y en ciertos medios obreros. La socialdemocracia tiene el deber ineludible de exponer su actitud hacia la religión.
La socialdemocracia basa toda su concepción del mundo en el socialismo científico, es decir, en el marxismo. La base filosófica del marxismo, como declararon repetidas veces Marx y Engels, es el materialismo dialéctico, que hizo suyas plenamente las tradiciones históricas del materialismo del siglo XVIII en Francia y de Feuerbach (primera mitad del siglo XIX) en Alemania, del materialismo incondicionalmente ateo y decididamente hostil a toda religión. Recordemos que todo el Anti-Dühring de Engels, que Marx leyó en manuscrito, acusa al materialista y ateo Dühring de inconsecuencia en su materialismo y de haber dejado escapatorias para la religión y la filosofía religiosa. Recordemos que en su obra sobre Ludwig Feuerbach, Engels le reprocha haber luchado contra la religión no para aniquilarla, sino para renovarla, para crear una religión nueva, "sublime", etc. La religión es el opio del pueblo. Esta máxima de Marx constituye la piedra angular de toda la concepción marxista en la cuestión religiosa. El marxismo considera siempre que todas las religiones e iglesias modernas, todas y cada una de las organizaciones religiosas, son órganos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a embrutecer a la clase obrera.
Sin embargo, Engels condenó al mismo tiempo más de una vez los intentos de quienes, con el deseo de ser "más izquierdistas" o "más revolucionarios" que la socialdemocracia, pretendían introducir en el programa del partido obrero el reconocimiento categórico del ateísmo como una declaración de guerra a la religión. Al referirse en 1874 al célebre manifiesto de los comuneros blanquistas emigrados en Londres, Engels calificaba de estupidez su vocinglera declaración de guerra a la religión, afirmando que semejante actitud era el medio mejor de avivar el interés por la religión y de dificultar la verdadera extinción de la misma. Engels acusaba a los blanquistas de ser incapaces de comprender que sólo la lucha de clase de las masas obreras, al atraer ampliamente a las vastas capas proletarias a una práctica social consciente y revolucionaria, será capaz de librar de verdad a las masas oprimidas del yugo de la religión, en tanto que declarar como misión política del partido obrero la guerra a la religión es una frase anarquista. Y en 1877, al condenar sin piedad en el Anti-Dühring las más mínimas concesiones del filósofo Dühring al idealismo y a la religión, Engels condenaba con no menor energía la idea seudorrevolucionaria de aquél sobre la prohibición de la religión en la sociedad socialista. De clarar semejante guerra a la religión, decía Engels, significaria "ser más bismarckista que Bismarck", es decir, repetir la necedad de su lucha contra los clericales (la famosa "lucha por la cultura", Kulturkampf, o sea, la lucha sostenida por Bismarck en la década de 1870 contra el Partido Católico Alemán, el partido del "Centro", mediante persecuciones policíacas del catolicismo. Lo único que consiguió Bismarck con esta lucha fue fortalecer el clericalismo militante de los católicos y perjudicar a la causa de la verdadera cultura, pues colocó en primer plano las divisiones religiosas en lugar de las divisiones políticas, distrayendo asi la atención de algunos sectores de la clase obrera y de la democracia de las tareas esenciales de la lucha de clase y revolucionaria para orientarlos hacia el anticlericalismo burgués más superficial y engañoso.
Al acusar a Dühring, que pretendia aparecer como ultrarrevolucionario, de querer repetir en otra forma la misma necedad de Bismarck, Engels requería del partido obrero que supiese trabajar con paciencia para organizar e ilustrar al proletariado, para realizar una obra que conduce a la extinción de la religión, y no lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la religión. Este punto de vista arraigó en la socialdemocracia alemana, que se manifestó, por ejemplo, a favor de la libertad de acción de los jesuitas, a favor de su admisión en Alemania y de la abolición de todas las medidas de lucha policíaca contra una u otra religión. "Declarar la religión un asunto privado": este famoso punto del Programa de Erfurt (1891) afianzó dicha táctica política de la socialdemocracia.
Esta táctica se ha convertido ya en una rutina, ha llegado a engendrar una nueva distorsión del marxismo en el sentido contrario, en el sentido oportunista. La tesis del Programa de Erfurt ha comenzado a ser interpretada en el sentido de que nosotros, los socialdemócratas, nuestro Partido, considera la religión un asunto privado; que para nosotros, como socialdemócratas, como Partido, la religión es un asunto privado. Sin polemizar directamente con este punto de vista oportunista, Engels estimó necesario en la década del go del siglo XIX combatirlo con energía no en forma polémica, sino de modo posirivo. O sea: Engels lo hizo mediante una declaración, en la que subrayaba adrede que la socialdemocracia considera la religión como un asunto privado con respecto al Estado, pero en modo alguno con respecto a sí misma, con respecto al marxismo, con respecto al partido obrero.
Tal es la historia externa de las manifestaciones de Marx y Engels acerca de la religión. Para quienes enfocan con negligencia el marxismo, para quienes no saben o no quieren meditar, esta historia es un cúmulo de contradicciones absurdas y de vaivenes del marxismo: una especie de mezcolanza de ateísmo "consecuente" y de "condescendencias" con la religión, vacilaciones "carentes de principios" entre la guerra r-r-revolucionaria contra Dios y la aspiración cobarde de "adaptarse" a los obreros creyentes, el temor a espantarlos, etc., etc. En las publicaciones de los charlatanes anarquistas puede encontrarse no pocos ataques de esta indole al marxismo.
Pero quienes scan capaces aunque sea en grado minimo, de enfocar con un mínimo de seriedad el marxismo, de profundizar en sus bases filosóficas y en la experiencia de la socialclemocracia internacional, verán con facilidad que la táctica del marxismo ante la religión es profundamente consecuente y que Marx y Engels la meditaron bien; verán que lo que los diletantes o ignorantes consideran vacilaciones es una conclusion directa e ineludible del materialismo dialéctico. Constituiría un craso error pensar que la aparente "moderación" del marxismo frente a la religión se explica por sedicientes razones "tácticas", por el deseo de "no espantar", etc. Al contrario: la línea política del marxismo está indisolublemente ligada a sus principios filosóficos también en esta cuestión.
El marxismo es materialismo. En calidad de tal, es tan implacable enemigo de la religión como el materialismo de los enciclopedistas del siglo XVIII o el materialismo de Feuerbach. Esto es indudable. Pero el materialismo dialéctico de Marx y Engels va más lejos que los enciclopedistas y que Feuerbach al aplicar la filosofía materialista a la historia y a las ciencias sociales. Debemos luchar contra la religión. Esto es el abecé de todo materialismo y, por tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un materialismo que se detenga en el abecé. El marxismo va más allá. Afirma: hay que saber luchar contra la religión, y para ello es necesario explicar desde el punto de vista materialista los orígenes de la fe y de la religión entre las masas. La lucha contra la religión no puede limitarse ni reducirse a la prédica ideologica abstracta; hay que vincular esta lucha a la actividad práctica concreta del movimiento de clases, que tiende a eliminar las raíces sociales de la religión. ¿Por qué persiste la religión entre los sectores atrasados del proletariado urbano, entre las vastas capas semiproletarias y entre la masa campesina? Por la ignorancia del pueblo, responderán el progresista burgués, el radical o el materialista burgués. En consecuencia, ¡abajo la religión y viva el ateísmo!, la difusión de las concepciones ateístas es nuestra tarea principal. El marxista dice: No es cierto. Semejante opinión es una ficción cultural superficial, burguesa, limitada. Semejante opinión no es profunda y explica las raíces de la religión de un modo no materialista, sino idealista. En los países capitalistas contemporáneos, estas raíces son, principalmente, sociales. La raíz más profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, que cada día, cada hora causa a los trabajadores sufrimientos y martirios mil veces más horrorosos y salvajes que cualquier acontecimiento extraordinario, como las guerras, los terremotos, etc. "El miedo creó a los dioses". El miedo a la fuerza ciega del capital -- ciega porque no puede ser prevista por las masas del pueblo --, que a cada paso amenaza con aportar y aporta al proletario o al pequeño propietario la perdición, la ruina "inesperada", "repentina", "casual", convirtiéndolo en mendigo, en indigente, arrojándole a la prostitución, acarreándole la muerte por hambre: he ahí la raíz de la religión contemporánea que el materialista debe tener en cuenta antes que nada, y más que nada, si no quiere quedarse en aprendiz de materialista. Ningún folleto educativo será capaz de desarraigar la religión entre las masas aplastadas por los trabajos forzados del régimen capitalista y que dependen de las fuerzas ciegas y destructivas del capitalismo, mientras dichas masas no aprendan a luchar unidas y organizadas, de modo sistemático y consciente, contra esa raíz de la religión, contra el dominio del capital en todas sus formas.
¿Debe deducirse de esto que el folleto educativo antirreligioso es nocivo o superfluo? No. De esto se deduce otra cosa muy distinta. Se deduce que la propaganda atea de la social-democracia debe estar subordinada a su tarea fundamental: el desarrollo de la lucha de clases de las masas explotadas contra los explotadores.
Quien no haya reflexionado sobre los principios del materialismo dialéctico, es decir, de la filosofía de Marx y Engels, quizá no comprenda (o, por lo menos, no comprenda en seguida) esta tesis. Se preguntará: ¿Como es posible subordinar la propaganda ideológica, la prédica de ciertas ideas, la lucha contra un enemigo de la cultura y del progreso que persiste desde hace miles de años (es decir, contra la religión) a la lucha de clases, es decir, a la lucha por objetivos prácticos determinados en el terreno económico y político?
Esta objeción figura entre las que se hacen corrientemente al marxismo y que testimonian la incomprensión más completa de la dialéctica de Marx. La contradicción que sume en la perplejidad a quienes objetan de este modo es una contradicción real de la vida misma, es decir, una contradicción dialéctica y no verbal ni inventada. Separar con una barrera absoluta, infranqueable, la propaganda teórica del ateísmo -- es decir, la destrucción de las creencias religiosas entre ciertos sectores del proletariado -- y el éxito, la marcha, las condiciones de la lucha de clase de estos sectores significa discurrir de modo no dialéctico, convertir en barrera absoluta lo que es sólo una barrera móvil y relativa; significa desligar por medio de la violencia lo que está indisolublemente ligado en la vida real. Tomemos un ejemplo. El proletariado de determinada región y de determinada rama industrial se divide, supongamos, en un sector avanzado de socialdemócratas bastante conscientes -- que, naturalmente, son ateos -- y en otro de obreros bastante atrasados, vinculados todavía al campo y a los campesinos, que creen en Dios, van a la iglesia e incluso se encuentran bajo la influencia directa del cura local, quien, admitámoslo, crea una organización obrera cristiana. Supongamos, además, que la lucha económica en dicha localidad haya llevado a la huelga. El marxista tiene el deber de colocar en primer plano el éxito del movimiento huelguístico, de oponerse resueltamente a la división de los obreros en esa lucha en ateos y cristianos y de combatir esa división. En tales condiciones, la prédica ateísta puede resultar superflua y nociva, no desde el punto de vista de las consideraciones filisteas de que no se debe espantar a los sectores atrasados o perder un acta en las elecciones, etc., sino desde el punto de vista del progreso efectivo de la lucha de clases, que, en las circunstancias de la sociedad capitalista moderna, llevará a los obreros cristianos a la socialdemocracia y al ateísmo cien veces mejor que la mera propaganda atea. En tal momento y en semejante situación, el predicador del ateísmo sólo favorecería al cura y a los curas, quienes no desean sino sustituir la división de los obreros según su intervención en el movimiento huelguístico por la división en creyentes y ateos. El anarquista, al predicar la guerra contra Dios a toda costa, ayudaría, de hecho, a los curas y a la burguesía (de la misma manera que los anarquistas ayudan siempre, de hecho, a la burguesía). El marxista debe ser materialista, o sea, enemigo de la religión; pero debe ser un materialista dialéctico, es decir, debe plantear la lucha contra la religión no en el terreno abstracto, puramente teórico, de prédica siempre igual, sino de modo concreto, sobre la base de la lucha de clases que se libra de hecho y que educa a las masas más que nada y mejor que nada. El marxista debe saber tener en cuenta toda la situación concreta, cncontrando siempre el límite entre el anarquismo y el oportunismo (este límite es relativo, móvil, variable, pero existe), y no caer en el "revolucionarismo" abstracto, verbal, y, en realidad, vacuo del anarquista, ni en el filisteísmo y el oportunismo del pequeño burgués o del intelectual liberal, que teme la lucha contra la religión, olvida esta tarea suya, se resigna con la fe en Dios y no se orienta por los intereses de la lucha de clases, sino por el mezquino y mísero cálculo de no ofender, no rechazar ni asustar, ateniéndose a la máxima ultrasabia de "vive y deja vivir a los demás", etc., etc.
Desde este punto de vista hay que resolver todas las cuestiones parciales relativas a la actitud de la socialdemocracia ante la religión. Por ejemplo, se pregunta con frecuencia si un sacerdote puede ser miembro del Partido Socialdemócrata y, como regla general, se responde de modo afirmativo incondicional, invocando la experiencia de los partidos socialdemócratas europeos. Pero esta experiencia no es fruto únicamente de la aplicación de la doctrina marxista al movimiento obrero, sino también de las condiciones históricas especiales de Occidente, que no existen en Rusia (más adelante hablaremos de ellas); de modo que la respuesta afirmativa incondicional es, en este caso, errónea. No se puede declarar de una vez para siempre y para todas las situaciones que los sacerdotes no pueden ser miembros del Partido Socialdemócrata, pero tampoco se puede establecer de una vez para siempre la regla contraria. Si un sacerdote viene hacia nosotros para realizar una labor política conjunta y cumple con probidad el trabajo de partido, sin combatir el programa de éste, podemos admitirlo en las filas socialdemócratas: en tales condiciones, la contradicción entre el espíritu y los principios de nuestro programa, por un lado, y las convicciones religiosas del sacerdote, por otro, podría seguir siendo una contradicción personal suya, que sólo a él afectase, ya que una organización política no puede examinar a sus militantes para saber si no existe contradicción entre sus conceptos y el Programa del Partido. Pero, claro está, caso semejante podría ser una rara excepción incluso en Europa, mas en Rusia es ya muy poco probable. Y si, por ejemplo, un sacerdote ingresase en el Partido Socialdemócrata y empezase a realizar en él, como labor principal y casi única, la prédica activa de las concepciones religiosas, el Partido, sin duda, tendría que expulsarlo de sus filas. Debemos no sólo admitir, sino atraer sin falta al Partido Socialdemócrata a todos los obreros que conservan la fe en Dios; nos oponemos categóricamente a que se infiera la más mínima ofensa a sus creencias religiosas, pero los atraemos para educarlos en el espíritu de nuestro programa y no para que luchen activamente contra él. Admitimos dentro del Partido la libertad de opiniones, pero hasta ciertos límites, determinados por la libertad de agrupación: no estamos obligados a marchar hombro con hombro con los predicadores activos de opiniones que rechaza la mayoría del Partido.
Otro ejemplo. ¿Se puede condenar por igual, en todas las circunstancias, a los militantes del Partido Socialdemócrata por declarar "El socialismo es mi religión" y por predicar opiniones en consonancia con semejante declaración? No. La desviación del marxismo (y, por consiguiente, del socialismo) es en este caso indudable; pero la importancia de esta desviación, su peso específico, por así decirlo, pueden ser diferentes en diferentes circunstancias. Una cosa es cuando el agitador, o la persona que interviene ante las masas obreras, habla así para que le comprendan mejor, para empezar su exposición o presentar con mayor claridad sus conceptos en los términos más usuales entre una masa poco culta. Pero otra cosa es cuando un escritor comienza a predicar la "construcción de Dios" o el socialismo de los constructores de Dios (en espíritu, por ejemplo, de nuestros Lunacharski y Cía.). En la misma medida en que, en el primer caso, la condenación sería injusta e incluso una limitación inadecuada de la libertad del agitador, de la libertad de influencia "pedagógica", en el segundo caso, la condenación por parte del Partido es indispensable y obligada. Para unos, la tesis de que "el socialismo es una religión" es una forma de pasar de la religión al socialismo; para otros, del socialismo a la reiigión.
Analicemos ahora las condiciones que han engendrado en Occidente la interpretación oportunista de la tesis "Declarar la religión un asunto privado". En ello han influido, naturalmente, las causas comunes que engendran el oportunismo en general como sacrificio de los intereses fundamentales del movimiento obrero en aras de las ventajas momentáneas. El Partido del proletariado exige del Estado que declare la religión un asunto privado; pero no considera, ni mucho menos, "asunto privado" la lucha contra el opio del pueblo, la lucha contra las supersticiones religiosas, etc. ¡Los oportunistas tergiversan la cuestión como si el Partido Socialdemócrata considerase la religión un asunto privado!
Pero, además de la habitual deformación oportunista (no explicada en absoluto durante los debates que sostuvo nuestra minoría de la Duma al analizarse la intervención sobre la religión), existen condiciones históricas especiales que han suscitado, si se me permite la expresión, la excesiva indiferencia actual de los socialdemócratas europeos ante la cuestión religiosa. Son condiciones de dos géneros. Primero, la tarea de la lucha contra la religión es históricamente una tarea de la burguesía revolucionaria, y la democracia burgue sa de Occidente, en la época de sus revoluciones o de sus ataques al feudalismo y al espíritu medieval, la cumplió (o cumplía) en grado considerable. Tanto en Francia como en Alemania existe la tradición de la guerra burguesa contra la religión, guerra iniciada mucho antes de aparecer el socialismo (los enciclopedistas, Feuerbach). En Rusia, de acuerdo con las condiciones de nuestra revolución democráticoburguesa, también esta tarea recae casi por entero sobre los hombros de la clase obrera. En nuestro país, la democracia pequeñoburguesa (populista) no ha hecho mucho al respecto (como creen los kadetes centurionegristas de nuevo cuño o los centurionegristas kadetes de Veji), sino demasiado poco en comparación con Europa.
Por otra parte, la tradición de la guerra burguesa contra la religión creó en Europa una deformación específicamente burguesa de esta guerra por parte del anarquismo, el cual, como han explicado hace ya mucho y reiteradas veces los marxistas, se sitúa en el terreno de la concepción burguesa del mundo, a pesar de toda la "furia" de sus ataques a la burguesía. Los anarquistas y los blanquistas en los países latinos, Most (que, dicho sea de paso, fue discípulo de Dühring) y Cía. en Alemania y los anarquistas de la década del 80 en Austria llevaron hasta el nec plus ultra la frase revolucionaria en su lucha contra la religión. No es de extrañar que, ahora, los socialdemócratas europeos caigan en el extremo opuesto de los anarquistas. Esto es comprensible y, en cierto modo, legítimo; pero nosotros, los socialdemócratas rusos, no pode mos olvidar las condiciones históricas especiales de Occidente.
Segundo, en Occidente, después de haber terminado las revoluciones burguesas nacionales, después de haber sido implantada la libertad de conciencia más o menos completa, la cuestión de la lucha democrática contra la religión quedó tan relegada históricamente a segundo plano por la lucha de la democracia burguesa contra el socialismo, que los gobiernos burgueses intentaron conscientemente desviar la atención de las masas del socialismo, organizando "cruzadas" quasi-liberales contra el clericalismo. Este carácter tenían también el Kulturkampf en Alemania y la lucha de los republicanos burgueses de Francia contra el clericalismo. El anticlericalismo burgués, como medio de desviar la atención de las masas obreras del socialismo, precedió en Occidente a la difusión entre los socialdemócratas de su actual "indiferencia" ante la lucha contra la religión. Y también esto es comprensible y legítimo, pues los socialdemócratas debían oponer al anticlericalismo burgués y bismarckiano precisamente la subordinación de la lucha contra la religión a la lucha por el socialismo.
En Rusia, las condiciones son completamente distintas. El proletariado es el dirigente de nuestra revolución democráticoburguesa. Su partido debe ser el dirigente ideológico en la lucha contra todo lo medieval, incluidos la vieja religión oficial y todos los intentos de renovarla o fundamentarla de nuevo o sobre una base distinta, etc. Por eso, si Engels corregía con relativa suavidad el oportunismo de los socialdemócratas alemanes -- que habían sustituido la reivindicación del partido obrero de que el Estado declarase la religión un asunto privado, declarando ellos mismos la religión como asunto privado para los propios socialdemócratas y para el Partido Socialdemócrata --, es lógico que la aceptación de esta tergiversación alemana por los oportunistas rusos merecería una condenación cien veces más dura por parte de Engels.
Al declarar desde la tribuna de la Duma que la religión es el opio del pueblo, nuestra minoría procedió de modo completamente justo, sentando con ello un precedente que deberá servir de base para todas las manifestaciones de los socialdemócratas rusos acerca de la religión. ¿Debería haberse ido más lejos, desarrollando con mayor detalle las conclusiones ateas? Creemos que no. Eso podría haber acarreado la amenaza de que el partido político del proletariado hiperbolizase la lucha antirreligiosa; eso podría haber conducido a borrar la línea divisoria entre la lucha burguesa y la lucha socialista contra la religión. La primera tarea que debía cumplir la minoría socialdemócrata en la Duma centurionegrista fue cumplida con honor.
La segunda tarea, y quizá la principal para los socialdemócratas -- explicar el papel de clase que desempeñan la Iglesia y el clero al apoyar al gobierno centurionegrista y a la burguesía en su lucha contra la clase obrera --, fue cumplida también con honor. Es claro que sobre este tema podría decirse mucho más, y las intervenciones posteriores de los socialdemócratas sabrán completar el discurso del camarada Surkov; sin embargo, su discurso fue magnífico y su difusión por todas nuestras organizaciones es un deber directo del Partido.
La tercera tarea consistía en explicar con toda minuciosidad el sentido justo de la tesis que con tanta frecuencia deforman los oportunistas alemanes: "declarar la religión un asunto privado". Por desgracia, el camarada Surkov no lo hizo. Esto es tanto más de lamentar por cuanto, en la actividad anterior de la minoría, el camarada Beloúsov cometió un error en esta cuestión, que fue señalado oportunamente en Proletari. Los debates en la minoría demuestran que la discusión en torno al ateísmo le impidió ver el problema de cómo exponer correctamente la famosa reivindicación de declarar la religión un asunto privado. No acusaremos sólo al camarada Surkov de este error de toda la minoría. Más aún: reconocemos francamente que la culpa corresponde a todo el Partido por no haber explicado en grado suficiente esta cuestión, por no haber inculcado suficientemente en la conciencia de los socialdemócratas el significado de la observación de Engels a los oportunistas alemanes. Los debates en la minoría demuestran que eso fue, precisamente, una comprensión confusa de la cuestión y no falta de deseos de atenerse a la doctrina de Marx, por lo que estamos seguros de que este error será subsanado en las intervenciones subsiguientes de la minoría.
En resumidas cuentas, repetimos que el discurso del camarada Surkov es magnífico y debe ser difundido por todas las organizaciones. Al discutir el contenido de este discurso, la minoría ha demostrado que cumple a conciencia con su deber socialdemócrata. Nos resta desear que en la prensa del Partido aparezcan con mayor frecuencia informaciones acerca de los debates en el seno de la minoría, a fin de aproximar ésta al Partido, de darle a conocer la intensa labor que efectúa la minoría y de establecer la unidad ideológica en la actuación de uno y otra.