de Gibran Khalil GIBRAN
El Loco
EL PERRO SABIO
Un día pasó un perro sabio junto a una reunión de gatos. Acercose más, y como los viera muy ocupados y sin notar su presencia, se detuvo.
Entonces surgió de entre medio de la reunión un enorme y solemne gato, quien, contemplando al resto, dijo: "Hermanos, orad; y cuando hayáis orado una y otra vez, sin dudar de nada, verdaderamente entonces lloverán ratones."
Al oír esto, el perro rió en su corazón y alejose de ellos murmurando: "Oh ciegos y tontos gatos, ¿no ha sido escrito acaso, y no lo sé yo, y mis padres antes que yo, que aquello que llueve por oración y fe y súplicas no son ratones sino huesos?"
Cuento perteneciente a El Loco
EL OJO
Dijo el Ojo un día: "Veo más allá de estos valles una montaña velada por una bruma azul. ¿No es hermosa?"
El Oído escuchaba, y luego de atender intensamente por un rato, dijo: "Pero, ¿dónde hay una montaña? No la oigo."
Entonces la Mano habló: "Trato en vano de sentirla y tocarla, y no puedo encontrar montaña alguna."
Y la Nariz dijo: "No existe montaña alguna; yo no puedo olerla."
Entonces el Ojo se volvió hacia otro lado y todos comenzaron a hablar sobre la extraña ilusión del Ojo. Y dijeron: "Algo debe pasarle al Ojo."
Cuento perteneciente a El Loco
LA CIUDAD BENDITA
Cuando joven me contaron que en cierta ciudad todos vivían según las Escrituras.
Y dije: "Buscaré esa ciudad y su bendición." Y era lejos. Y preparé una gran provisión para mi viaje. Y luego de cuarenta días divisé la ciudad y, en el día cuarenta y uno, entré en ella.
¡Oh! Todos los habitantes no tenían sino un solo ojo y una sola mano. Atónito, me pregunté: "¿Poseerán todos los de esta tan sagrada ciudad un solo ojo y una sola mano?"
Entonces observé que ellos me miraban atónitos, pues se maravillaban ante la vista de mis dos ojos y de mis dos manos.
Y, mientras comentaban entre sí, les pregunté: "¿Es verdaderamente ésta la Ciudad Bendita, donde cada hombre vive según las Escrituras?" Y respondieron: "Sí; ésta es la ciudad."
"Y, ¿qué", dije yo, "os ha sucedido y dónde están vuestros ojos derechos y vuestras manos derechas?"
Todo el pueblo emocionado dijo: "Ven y mira."
Me condujeron al templo en el centro de la ciudad. Y en el templo vi una pila de manos y ojos disecados. Entonces exclamé: "¡Ay! ¿Qué conquistador cometió tanta crueldad con vosotros?"
Corrió un murmullo entre ellos. Y uno de los más ancianos, elevando la voz dijo: "Esto es obra nuestra: Dios nos convirtió en los conquistadores del mal existente en nosotros."
Seguido por todo el pueblo, me llevó hasta el altar mayor, y me mostró una inscripción grabada encima del altar, y yo leí:
"Si te ofende tu ojo derecho, arráncalo y sepáralo de ti, porque es más provechoso para ti que uno de tus miembros perezca, y no que todo tu cuerpo desaparezca en el infierno. Y si tu mano derecha te ofende, córtala y sepárala de ti porque es más provechoso para ti que uno de tus miembros perezca y no que todo tu cuerpo desaparezca en el infierno."
Entonces comprendí. Y, volviéndome hacia la multitud, grité: "¿Hay algún hombre entre vosotros, o mujer, con los dos ojos o dos manos?"
Me respondieron diciendo: "No, ni uno. Nadie, excepto quienes son demasiado jóvenes para leer la Escritura y comprender sus mandatos."
En cuanto salimos del templo abandoné aquella Ciudad Bendita; porque yo no era demasiado joven y podía leer la escritura.
Cuento perteneciente a El Loco
EL REY SABIO
Cierta vez hubo un rey poderoso y sabio que gobernaba en la lejana ciudad de Wirani. Y era temido por su poderío y amado por su sabiduría.
En esos tiempos, en el corazón de la ciudad había un manantial cuya agua era fresca y cristalina, del que bebían todos los habitantes, aún el rey y sus cortesanos, pues allí no había otro manantial.
Una noche, cuando todos dormían, una bruja entró en la ciudad, y vertió siete gotas de un extraño líquido en el manantial, diciendo: "Desde este momento aquél que beba esta agua se transformará en loco."
A la mañana siguiente, todos los habitantes, excepto el rey y su señor ministro, bebieron del manantial y se transformaron en locos, como predijera la bruja.
Y durante todo aquel día el pueblo en las angostas calles y en las plazas del mercado no hacía otra cosa que murmurar entre sí: "El rey está loco. Nuestro rey y su señor ministro han perdido la razón. No podemos ser gobernados por un rey loco. Debemos destronarlo."
Aquella tarde, el rey ordenó que llenaran una copa de oro con agua del manantial. Una vez traída, bebió y dio de beber a su señor ministro.
Y todos se regocijaron en aquella distante ciudad de Wirani, pues su rey y su señor ministro habían recobrado la razón.
Cuento perteneciente a El Loco