Del hueso de una aceituna
O qué será eso de la poesía infantil
Antonio Rodríguez Almodóvar
A finales de Noviembre tuvo lugar en Madrid el VII Simposio de Literatura Infantil y Lectura. Este año, el encuentro organizado por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez estuvo dedicado a los valores de la literatura oral en la formación del niño-lector y, dentro de eso, a la educación lírica. Eterna asignatura pendiente, hueso duro de roer para la misma escuela y no digamos para las editoriales. Acaso porque, al igual que el de la aceituna, es hueso germinal y, por lo tanto, impenetrable; que sólo prende como árbol verde de la vida y rechaza los habituales didactismos. Sin embargo, ¿es del todo imposible sacar de él el tintero de la copla, y del tintero la pluma y de la pluma el palillero? ¿Será inútil pretensión que el niño de hoy regrese a las dulces melopeas tradicionales y, a partir de ahí, escriba y se recree, memorice y aprenda los latidos del ritmo, invente coplas nuevas, salga al patio de recreo a entrenarse en el disparate cantado, y de la mano de sus profesores alcance la primera catarsis, el consuelo de su vida? ¿Por qué no? ¿Hemos intentado en serio jugar con ellos a ser poetas? Tal vez todo consista en cambiar los modelos de aprendizajes de la poesía, empezando por situarla en el corazón de la educación lingüística, como un fin en sí misma, y no como medio para llegar a nada. Eso sí, hay que poseer una previa convicción: la poesía es necesaria como el pan de cada día, y desde el primer día. Desde que la madre empieza a leer el cuerpo del niño con cosquillas, pellizcos, palmitas... y el niño toma conciencia de que el mundo es un maravilloso sinsentido, pero rítmico.
Pues así, encerrados con este magnífico juguete, estuvimos tres días en Madrid escuchando a locos insignes como Manuel Rivas, Felicidad Orquín, Paco Abril, Montserrat del Amo, Miquel Desclot, Juan Cruz Iguerabide, Gloria Sánchez, Pedro Cerrillo, Lola González Gil, Antonio García Teijeiro, Antonio Ventura, Víctor Moreno, Ana Pelegrín, Teresa Colomer, Jaime García Padrino, Antonio Gómez Yebra, José María Gutiérrez, José M. Plaza, María Cecilia Silva, Gabriel Janer, Federico Martín Nebrás, Benjamín Prado... Todos empeñados, cada cual a su estilo, en que esa aventura es posible. Que hay que anudar con el espíritu libre de la II República, cortado en seco por la Guerra Civil, con Lorca, con Alberti, con el postismo, con Carlos Edmundo de Ory, con la primera Gloria Fuertes, y recuperar las buenas antologías de poesias para niños, como las de Arturo Medina (El silbo del aire), Bonifacio Gil (Cancionero infantil) o Ana Pelegrín (Poesía española para niños). Y a partir de ahí, innovar, innovar siempre.
Por eso recibimos hoy encantados tres nuevos libros de poesía infantil. Uno, que reactiva la tradición, y otros dos nuevos por completo. El primero, La mierlita, (diminutivo de mirla), es una adaptación de un cuentecillo rimado tradicional, realizada por Antonio Rubio, con ilustraciones de Isidro Ferrer, sobre una versión oral de Clara Nebras, aportada por Federico, de La Vera de Plasencia. La acostumbrada calidad gráfica de Kalandraka pone el resto. Los otros dos son de dos poetisas andaluzas:
El abecedario de Julieta, de Rosa Díaz, que se estrena en este difícil mundo con muy buenas maneras, desenfado y modernidad, y Unos animales muy originales, de Carmen Gil Martínez, (dibujos de Natalia Reswik), en la colección Caracol, que dirige Antonio Gómez Yebra desde la Diputación de Málaga.