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DON FRANCISCO GONZÁLEZ DE BUSTOS
Los Españoles en Chile
Personas que hablan en ella:
- El MARQUÉS de Cañete, barba
- Don DIEGO de Almagro, galán
- Don PEDRO de Rojas, galán
- MOSQUETE, gracioso
- Doña JUANA de Bustos, dama
- CAUPOLICÁN, indio, galán
- RENGO, indio, capitán
- TUCAPEL, indio, capitán
- FRESIA, india, dama
- GUALEVA, india, dama
- COLOCOLO, indio, barba
- Un SARGENTO
- SOLDADOS españoles
- SOLDADOS indios
- ACOMPAÑAMIENTO
JORNADA PRIMERA
Dicen dentro en distintas partes
UNOS: ¡Viva Fresia siempre altiva!
OTROS: ¡Viva nuestro capitán!
OTROS: ¡Viva el gran Caupolicán!
OTROS: ¡Viva Chile!
OTROS: ¡Arauco, viva!
Salen por una parte CAUPOLICÁN, vestido de
indio, con arco y flecha al hombro, con bastón de general,
y acompañamiento de indios; y por otra FRESIA, vestida de
[india].
CAUPOLICÁN: Chilenos valerosos,
vuestros aplausos siempre generosos..
FRESIA: Valientes araucanos,
vuestros aplausos siempre soberanos..
CAUPOLICÁN: A Fresia por deidad que luz reparte.
FRESIA: Al gran Caupolicán por vuestro Marte
se deben, se han de dar a él solamente,
por general de Arauco el mas valiente.
CAUPOLICÁN: A Fresia, pues me ciega su luz pura,
por reina universal de la hermosura,
decid, para lisonja de los vientos..
FRESIA: Repitan en su gloria los acentos:
viva Caupolicán.
Encuéntranse
CAUPOLICÁN: Fresia querida,
si a dar a este horizonte nueva vida
tu soberana luz ha madrugado..
FRESIA: Si a verte de laureles coronado
la aclamación te llama..
CAUPOLICÁN: Si por Deidad la adoración te aclama,
segura está de Arauco en ti la gloria.
FRESIA: En ti asegura Chile su victoria.
CAUPOLICÁN: Prodigio valeroso,
en quien se unió lo fiero con lo hermoso,
pues para asombro bélico de España,
armada aurora luces la campaña:
tú sola has de vivir; mintió el acento.
que pobló con mi nombre el vago viento,
cuando mi aplauso arguyo,
de que me aclame el orbe esclavo tuyo,
pues claro se apercibe
vivir Caupolicán, si Fresia vive.
Deja, pues, dueño mío,
cuando a tus pies se postra mi albedrío,
el arco soberano,
que ocioso pende de tu blanca mano:
depón a aqueste indicio tus enojos,
pues hieren más las flechas de tus ojos.
FRESIA: A tu noble fineza agradecida
estoy, Caupolicán: tuya es mi vida,
cuando a quien menos que tu aliento fuera,
mi altiva presunción no se rindiera.
(Miento mil veces, que mi afecto estraño,
con Don Diego, es verdad, con este engaño
firme mi fe le entrego.)
CAUPOLICÁN: Con eso queda mi amor, Fresia, mas ciego.
Confirme, pues, su dicha en tiernos lazos.
Éstos mis brazos son.
FRESIA: Y éstos mis brazos.
Abrázanse. Sale COLOCOLO, mago, vestido de
pieles, con barba cana
COLOCOLO: (¿Caupolicán a Fresia está rendido, Aparte
poniendo sus hazañas en olvido?
Aplicar el remedio importa solo.)
Oye, Caupolicán.
CAUPOLICÁN: Gran Colocolo,
cuya ciencia en el mundo
de la magia te ha hecho sin segundo,
¿qué me quieres?
COLOCOLO: Escucha:
(Mi libertad con su respecto lucha; Aparte
mas la patria es primero,
su obligación aconsejarle quiero.)
Valiente Caupolicán,
noble araucana guerrero,
cuyas hazañas en bronce
esculpe el buril del tiempo,
ya sabes que con mi ciencia
conozco, alcanzo y penetro
los futuros contingentes,
siendo en la magia el primero
que a ese globo de zafir,
que está tachonado a trechos
de estrellas, y en once hojas
es volumen de sí mismo,
si no le apuro, le mido
las líneas y paralelos.
Ya sabes, Caupolicán,
que los indianos imperios
de Méjico y del Perú,
a un Carlos están sujetos,
monarca español, tan grande,
que, siendo de un mundo dueño,
no cupo en él, y su orgullo
imaginándose estrecho,
para dilatarse más
conquistó otro mundo nuevo.
Bien a costa de la sangre
nuestra, araucanos, lo vemos;
pues sus fuertes españoles
no de estas glorias contentos,
basta en Arauco invencible
sus estandartes pusieron;
que no se libra remoto
de su magnánimo aliento
ni el africano tostado,
ni el fiero adusto chileno.
Desde entonces, araucanos,
a su coyunda sujetos
hemos vivido, hasta tanto
que vosotros, conociendo
la violencia, sacudisteis
el yugo que os impusieron:
y con ánimo atrevido,
ya en la guerra mas expertos,
blandiendo la dura lanza,
y empuñando el corvo acero,
oposición tan altiva
a sus armas habéis hecho,
que sublimando el valor
aun más allá del esfuerzo,
sois émulos de sus glorias;
pues hoy os temen sangrientos
los que de vuestro valor
ayer hicieron desprecio.
Dígalo el fuerte Valdivia
su capitán, a quien muerto
lloran, que de vuestras manos
fue despojo y escarmiento,
de cuyo casco ha labrado
copa vuestro enojo fiero
en que bebe la venganza
iras de mayor recreo.
Díganlo tantas victorias,
que en repetidos encuentros
habéis ganado, triunfando
de los que dioses un tiempo
tuvieron entre vosotros
inmortales privilegios.
Desde Tucapel, al valle
de Lincoya, vuestro aliento
ha penetrado, ganando
muchos españoles pueblos,
hasta cercar en la fuerza
de Santa Fe con denuedo
los mejores capitanes,
que empuñan español fresno;
y vuestra gloria mayor
es haber cercado dentro
al gran marqués de Cañete
su general, cuyos hechos
han ocupado a la fama
el más generoso vuelo,
de quien os promete glorias
la envidia que lo está viendo.
Si esto es así, ¡oh capitán!,
y que está durando el cerco,
donde al cuidado el peligro
está llamando despierto,
¿cómo durmiendo en oprobios,
al laurel tan poco atento,
truecas las iras de Marte
a las delicias de Venus?
Cuando el bastón a tu mano
Arauco fía, ¿te vemos,
en vez de sangrientas lides,
entregado a los requiebros?
¿Cómo vencerá soldado
quien vive de amores tierno?
No está en emprender la hazaña
la gloria del vencimiento,
sino en saber conseguir
la victoria; y esta es cierto,
que la da el valor obrando,
no divertido el esfuerzo.
Vuelve en ti, Caupolicán,
arda en más nobles incendios
que en los del amor tu orgullo;
inflama en Marte tu pecho;
forje rayos la venganza,
y tu invencible ardimiento,
a pesar del amor sea
triaca de su veneno,
que yo, que el sacro volumen
de aquesos záfiros leo,
la victoria te aseguro;
porque los dioses supremos
están y de nuestra parte.
Niéguese al amor el feudo.
Vibre tu brazo invencible
aquese rayo sangriento,
que Júpiter en tu mano
para terrores ha puesto.
Gima el parche, tiemble el orbe,
y a voces el metal hueco,
publicando sañas, rompa
la vaga región del viento.
Muera sólo del amago,
herido con el estruendo,
el español, y en cenizas
caigan sus muros al suelo.
Ea, valiente capitán,
la libertad aclamemos,
que vida sin ella es muerte;
porque el castellano fiero
conozca, penetre, alcance
de tu valor y tu aliento,
que sabes vencer pasiones,
y sabes domar imperios.
CAUPOLICÁN: (Corrido, por Marte estoy Aparte
de haberle escuchado, puesto,
que por su ciencia le estimo,
y por su edad le respeto.)
Colocolo, no es prudencia
en los magnánimos pechos,
aunque el defecto conozcan,
decir tal vez el defecto:
que aunque estimo, como es justo
porque has sido mi maestro,
tus consejos, esta vez
son muy libres tus consejos.
¿Quién te ha dicho, Colocolo,
que se olvida mi ardimiento
de mi venganza? ¿No sabes
que a los cristianos soberbios
cercados tengo? ¿No sabes
que mi nombre está temiendo
el mundo, porque en nombrando
a Caupolicán, el cielo
tiembla, la tierra se encoge,
gime el mar, y con respecto
de oír mi nombre se turban
todos los cuatro elementos?
¿No sabes que mis hazañas
y mis gloriosos trofeos,
que el parche publica en voces
y el metal declara en ecos,
vienen de Fresia divina,
a quien amante venero,
a quien rendido idolatro,
teniéndome yo a mi mismo
envidia, ¡viven los dioses!,
de que su favor merezco,
que hasta esa dicha me hace
tener de mi propio celos?
Pues, ¿cómo, (¡De enojo rabio!) Aparte
te atreves, loco (¡Estoy ciego!) Aparte
a disuadirme, (¡Qué engaño!) Aparte
mi amor? (¡De coraje tiemblo!) Aparte
¡Viven los dioses...! Mas vete
de mi presencia al momento,
que por sus divinos ojos,
en cuyas luces me quemo,
que si otra vez perseveras
en hablarme más en esto,
yo, sin tener a tus canas
ni a tu enseñanza respeto,
te he de coger en mis brazos
para que mires en ellos
con tu muerte, castigos,
tus locos atrevimientos.
FRESIA: Yo, por la misma razón,
sin el castigo te dejo,
merecido a tu locura.
COLOCOLO: ¡Ay araucanos! ¡Qué presto
os llegará el desengaño
si no tomáis mis consejos!
Porque mi ciencia...
CAUPOLICÁN: Es caduca.
Tocan cajas
Pero, ¿qué ruidoso estruendo
es éste?
FRESIA: Por esta parte
viene el valeroso Rengo
marchando hacia aquí.
GUALEVA: Y por ésta
viene Tucapel, haciendo
alarde de su valor.
CAUPOLICÁN: ¿Qué será?
COLOCOLO: Desdicha temo.
GUALEVA: Ellos lo dirán mejor,
pues ya llegan a este puesto.
Salen por un lado RENGO, de indio, con carcaj, arco
y flechas, y SOLDADOS que traen prisionero a MOSQUETE, vendado
los ojos; y por el otro TUCAPEL, de indio, c[apitán, que
trae a doña JUANA, prisionera, vestida de
soldado]
RENGO: Valiente Caupolicán...
CAUPOLICÁN: Bizarro y famoso Rengo...
TUCAPEL: General de Arauco insigne...
CAUPOLICÁN: Tucapel altivo...
TUCAPEL: Hoy llego
a tu presencia.
RENGO: A tu vista...
TUCAPEL: Alegre...
RENGO: Ufano
TUCAPEL: Contento...
RENGO: A ofrecerte...
TUCAPEL: A dedicarte...
RENGO: Despojos...
TUCAPEL: Triunfo...
CAUPOLICÁN: Teneos;
que antes de decirme nada,
conociendo vuestro aliento,
sé que venís vencedores;
y así, vencedores quiero
dar a los dos, con mis brazos,
debido agradecimiento.
Abrázales
TUCAPEL: (¡Ay amor! ¿Cómo a la vista Aparte
de Fresia vives?)
RENGO: (Deseo, Aparte
¿cómo a vista de Gualeva
no te abrasas? Yo estoy ciego.)
FRESIA: Dueño mío, aunque en los dos,
siendo Tucapel y Rengo,
cierta estaba la victoria,
quisiera oír el suceso.
GUALEVA: De oírla, prima, me holgara.
CAUPOLICÁN: Pues si las dos gustáis de ello,
decid entrambos.
LOS DOS: Escucha,
Caupolicán.
CAUPOLICÁN: Ya os atiendo.
LOS DOS: Salí, señor.
RENGO: Tente, aguarda,
que yo he de decir primero.
TUCAPEL: Nadie es primero que yo.
RENGO: Eso fuera a no ser Rengo
quien castigue tu osadía.
TUCAPEL: ¿Esto escucho? Vil chileno,
¿sabes que soy Tucapel?
Empuñan
CAUPOLICÁN: Delante de mí, ¿qué es esto?
TUCAPEL: En lances del pundonor,
no guardo humanos respetos
a nadie, porque delante
de Marte hiciera lo mesmo.
Muere, infame.
RENGO: Muere, aleve.
CAUPOLICÁN: ¿Hay tan grande atrevimiento?
¿Cómo a vuestro general
le perdéis así el respeto?
TUCAPEL: A Júpiter le negara,
si me ofendiera.
CAUPOLICÁN: ¡Prendedlos,
matadlos!
Van los SOLDADOS a prender
TUCAPEL: ¡Teneos, villanos!
Nadie se mueva del puesto,
conociendo a Tucapel,
si no quiere ser trofeo
de su enojo vengativo.
Y tú, general, más cuerdo
con los hombres como yo
procede, que en este duelo
no conozco superior,
que solo a mí me obedezco.
Vase
CAUPOLICÁN: ¿Cómo atrevidos...?
RENGO: Detente,
y nadie enojos a Rengo
le dé, porque el mismo Marte
no está seguro en su asiento.
Vase
CAUPOLICÁN: ¿Esto sufre mi valor?
¡Morirán, viven los cielos!
COLOCOLO: No son vanos mis recelos.
FRESIA: ¿Dónde vas?
COLOCOLO: Tente, señor,
y témplate cuerdo y sabio,
sin dar rienda a tus enojos.
CAUPOLICÁN: Pues, ¿cómo podré a mis ojos
consentir aqueste agravio?
COLOCOLO: Señor en esta ocasión
es bien que te persüadas
al perdón, que estas espadas
defensa de Arauco son.
Y es bien el duelo remitas,
tu enojo disimulando;
que no has de vengarte cuando
de sus filos necesitas.
La oposición natural,
emulándose el valor,
los provoca. (Así el rigor Aparte
atajaré de este mal.)
CAUPOLICÁN: Dices bien. Elijo el medio
que me advierte tu prudencia.
COLOCOLO: Pues a toda diligencia
voy a poner el remedio
porque no pase a más llama
su enojo.
CAUPOLICÁN: Parte al momento.
COLOCOLO: Voy.
Vase
CAUPOLICÁN: Disimule mi aliento,
aunque me riña la fama;
que cuando de los cristianos
vengarme intento crüel,
en Rengo y en Tucapel
la fuerza está de mis manos.
FRESIA: Gracias mis ojos te dan
de verte ya sin enojos.
CAUPOLICÁN: Al espejo de tus ojos
se templa Caupolicán.
Llegan los soldados a MOSQUETE
SOLDADO 1: Señor, aqueste cristiano
le hizo Rengo prisionero,
y yo le cogí el primero.
MOSQUETE: (Borracho está este araucano.) Aparte
SOLDADO 2: A aqueste le hizo señor,
en un encuentro crüel,
prisionero Tucapel.
JUANA: (Mejor dijeras mi amor.) Aparte
CAUPOLICÁN: Desatadlos.
Quítanles las prisiones
MOSQUETE: (¡Pese a mí! Aparte
Ya con vista a verme llego.)
JUANA: (¿Ay inconstante don Diego, Aparte
lo que padezco por ti!)
GUALEVA: No tiene mala presencia,
prima, aquel mozo español.
CAUPOLICÁN: Cristianos, si veis el sol,
¿cómo no hacéis reverencia?
MOSQUETE: Dónde está, que no le veo?
CAUPOLICÁN: Fresia divina lo es.
JUANA: Dame, señora, tus pies.
Arrodíllase a FRESIA
GUALEVA: (No te despeñes, deseo.) Aparte
FRESIA: Levantad, que en vos alabo
lo atento con lo brïoso.
JUANA: Ya me confieso dichoso,
con ser, señora, tu esclavo.
FRESIA: El español, prima, sabe
ser discreto.
GUALEVA: (¡Santos cielos, Aparte
no es bueno que tenga celos
de que mi prima le alabe?)
CAUPOLICÁN: Qué aguardas? Llega, español.
MOSQUETE: Dale, señora, a Mosquete
de tu pie el mejor juanete,
si tiene juanete el sol.
(Oigan, qué tiesa se está Aparte
la perra guardando el hato,
y en cada pie por zapato
una maleta tendrá.)
FRESIA: ¿De dónde sois?
MOSQUETE: Antes era
de junto a Carabanchel;
mas ahora soy de Argel,
mas acá de Talavera.
FRESIA: ¿Sois soldado?
MOSQUETE: Y muy valiente.
FRESIA: No es mala la presunción.
MOSQUETE: Soy un pobre motilón,
no quitando lo presente.
FRESIA: (Su humor me causa alegría.) Aparte
MOSQUETE: Hoy he muerto por mis manos
veinte carros de araucanos.
CAUPOLICÁN: ¡Este es loco! Fresia mía,
el cuidado a recorrer
las centinelas me lleva.
Tú con tu prima Gualeva
te puedes entretener.
Perdónenme soberanos
esta ausencia tus luceros,
y de las dos prisioneros
queden estos dos cristianos;
que yo, ¡ah, Fortuna crüel!,
no el cuidado he divertido.
Voy a ver qué ha sucedido
con Rengo y con Tucapel.
Vanse CAUPOLICÁN y los SOLDADOS
FRESIA: Pues Caupolicán nos da
estos cautivos, Gualeva,
escoge uno de los dos.
GUALEVA: Eso a ti te toca, Fresia.
(Temiendo estoy que se incline Aparte
a este español.)
FRESIA: Pues me dejas
la elección, aquéste elijo.
GUALEVA: (Y yo a mi la enhorabuena Aparte
me doy, de que mi cuidado
libre esté de la sospecha
que tuvo de Fresia. El alma
me leyó.)
A MOSQUETE
FRESIA: Conmigo, quedas,
español.
A doña JUANA
GUALEVA: Y tú conmigo.
JUANA: Ya se postra mi obediencia
a tus pies. (¡Sin alma estoy! Aparte
Fortuna, dónde me llevas?)
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Ya, señora, se ajustó
la pasada competencia
de Rengo y de Tucapel.
A darte esta buena nueva
Caupolicán me ha envïado,
y a las dos llama.
FRESIA: Gualeva,
ve tú que yo te sigo.
GUALEVA: (De mala gana se ausentan Aparte
mis ojos de este español,
mas obedecer es fuerza.)
Vanse GUALEVA y el SOLDADO
MOSQUETE: Usté en escoger no sabe
cual es su mano derecha.
FRESIA: Por qué lo dices?
MOSQUETE: Lo digo,
porque soy la peor bestia
y de más horribles tachas
del mundo.
FRESIA: ¿De qué manera?
MOSQUETE: Porque tengo hambre canina,
y tengo sarna perpetua,
un lobanillo en un lado,
y huelo de ochenta leguas
a hombre bajo, que los bajos
como tienen los pies cerca
de lo amargo del pepino,
no hay demonios que los huela.
Tengo mataduras, pujos,
almorranas, hipo, reuma,
y no me pongo escarpines:
con que según la propuesta,
puede usted quedar ufana
de ver la ganga que lleva.
FRESIA: Tantas faltas tienes?
MOSQUETE: Tantas,
y esto mejor lo dijera
un amo que Dios me dio.
FRESIA: A quién sirves?
MOSQUETE: Ésa es buena.
FRESIA: Dilo, pues yo te lo mando.
MOSQUETE: (Mucho pregunta esta perra.) Aparte
Sirvo a don Diego de Almagro,
maestre de campo en esta
conquista de Arauco.
JUANA: (Y quien Aparte
me hace andar de esta manera.)
FRESIA: De este español muchas veces
el nombre oí, y las proezas;
y como a Marte inclinada
nació mi naturaleza,
confieso que me han debido
inclinación, que en la guerra
el valor aun del contrario
estimaciones granjea.
JUANA: (Esto le faltaba solo Aparte
a mis celos y mis penas.)
FRESIA: ¿Es galán?
MOSQUETE: Como un Adonis.
FRESIA: ¿Blando?
MOSQUETE: Como una manteca.
FRESIA: ¿Cortés?
MOSQUETE: Perra, que te clavas.
FRESIA: ¿Y callado?
MOSQUETE: Ay, qué jalea,
sal quiere este huevo, andallo.
JUANA: Ya no puedo más. No creas
estas locuras, señora,
porque en don Diego no hay prendas
dignas de tu estimación:
no crió naturaleza
hombre tan mudable y falso
con las damas, y aun pudiera
decirte de alguna, que
con engaño y cautelas
ha burlado; pero solo
quiero, señora, que sepas,
que en él se hallará el engaño,
si el engaño se perdiera.
FRESIA: ¿Quién os mete en eso a vos,
que así habláis en mi presencia?
JUANA: Yo, señora...
MOSQUETE: Este capón,
¿cómo habla de esta manera?
JUANA: (¡Sin alma estoy!) Aparte
FRESIA: Tú prosigue.
MOSQUETE: Digo, en fin, que si le vieras!
conocieras un prodigio.
¡Qué talle! ¡Qué pies! ¡Qué piernas!
¡Qué osadía! ¡Qué valor!
¡Qué gala! ¡Qué gentileza!
No ha llegado a tus oídos
en un refrán de mi tierra,
lo de, "¡Oh, qué lindo don Diego!,"
pues este don Diego era.
FRESIA: ¿Quién creerá que tantas partes
bien al corazón le suenan?
Y dime, (¡Ay, Amor, que ya Aparte
al alma suspiros cuestas!)
¿tiene Dama?
MOSQUETE: Señora...
JUANA: Señora...
FRESIA: ¿Quién os lo pregunta? ¿Hay tema
semejante? ¿Vos queréis
apurarme la paciencia?
JUANA: Yo, señora...
FRESIA: Sois un necio.
MOSQUETE: Póngase una bigotera,
o váyase luego al rollo.
JUANA: (Denme mis celos paciencia. Aparte
FRESIA: Español, porque conozcas
mi piedad y mi clemencia,
libre estás.
MOSQUETE: Pléguete Cristo,
vivas más que veinte suegras.
FRESIA: Mas con una condición
ha de ser.
MOSQUETE: Dila, ¿qué esperas?
FRESIA: Que has de decirle a don Diego,
que una araucana desea
conocerle; y que si tanto
de ser valiente se precia,
y galante con las damas,
que venga una noche de éstas
a mi real, con el seguro,
que mi palabra le empeña
de su peligro.
MOSQUETE: A mi amo
le diré letra por letra
lo que dices.
FRESIA: Pues mañana
te aguardo con la respuesta:
vete en paz.
MOSQUETE: Eso. (Vendré Aparte
como ahora llueven camuesas.
FRESIA: ¿No te vas?
MOSQUETE: Ya te obedezco.
(¡Por Dios, que escapé de buena!) Aparte
Vase
JUANA: (Cierto es su amor. ¡Ay de mí!) Aparte
FRESIA: ¿Quién pensara, altiva Fresia,
de oír unas alabanzas,
que quizás serán inciertas,
que tu pecho de diamante
a un español se rindiera?
Vase
JUANA: ¡Buena he quedado! ¡Ay aleve
don Diego! ¡Que aun en las tierras
más remotas y apartadas
sea tu nombre la primera
cosa que escuche! ¿No basta
con engaños y cautelas
haber triunfado, ¡ay de mi!,
de mi honor? Pero mi lengua,
¿cómo, hasta tomar venganza,
puede articular mi afrenta?
¿No basta que por tu causa
dejé en el Perú mi hacienda,
mis padres, y lo que es más,
mi honra infelice, pues queda
con mi venida, del vulgo
a la calumnia sujeta;
y que a don Pedro de Rojas
mi hermano su infamia sepa,
que hoy en el Perú se halla
sirviendo, para que tengan
este borrón sus hazañas
y su valor esta afrenta?
¿No basta, ingrato, no basta,
que yo siguiéndote venga,
porque tuve allá noticia,
que estabas en las fronteras
de Arauco, y en este trago
a los rigores expuesta
de la Fortuna, me entregue
a las ráfagas inquietas
del mar, que compadecido
tuvo de mí más clemencia
que tú; pues en fin, me puso
en la arenosa ribera
de Arauco? ¿No basta, ingrato,
que noticia de ti tenga,
que te busque mi cariño,
que en un encuentro me prendan,
que prisionera me traigan,
que esclava por ti me vea,
que te solicite amante,
¡ay Dios!, para que agradezcas
de mi constante cariño
tan repetidas finezas?
¡Ay infeliz doña Juana
de Rojas! ¡Que buena cuenta
has dado de tu recato!
Pero en llegando a mi ofensa,
loca me vuelve el dolor,
áspid me irrita la pena.
¡Para cuándo son los rayos,
para cuándo las centellas,
si de un traidor no castigo
la más injusta fiereza?
¡Venganza, cielos, venganza!
Pero pudiendo yo misma
tomarla, ¿para qué canso
a los cielos con mis quejas?
¿Rayos no son mis suspiros?
¿Mi pecho no aborta un Etna?
Pues muera...mas no, que nada
con su muerte se remedia.
¡Cielos, piedad, que me abraso!
¡Clemencia, cielos, clemencia!
Reducid a este tirano,
que toda el alma me lleva.
Sale GUALEVA
GUALEVA: Español?
JUANA: (¿Si me ha escuchado?) Aparte
GUALEVA: ¿De qué a los cielos te quejas?
JUANA: (Disimular me conviene.) Aparte
No es mucho, araucana bella,
que se queje un infeliz
que la libertad desea,
de verse esclavo.
GUALEVA: ¿También
hablando estás tú con ella?
JUANA: Siempre ha sido apetecida
la libertad.
GUALEVA: (Yo estoy ciega.) Aparte
Pues yo sé de un alma, ¡Ay triste!,
que se halla ufana y contenta
sin libertad.
JUANA: Singular
debe de ser, pues no hay regla
que no tenga una excepción.
GUALEVA: ¡Qué discreto! O soy muy necia,
o algún cuidado te arrastra.
JUANA: Aunque es mi razón grosera,
porque estando en tu poder,
no hay cuidado que lo sea,
no sé qué tiene este nombre
de esclavo.
GUALEVA: Español, cesa.
¿Tú mi esclavo? Es desvarío.
(¡Ay amor, que te despeñas!) Aparte
Ciega me abraso en tus ojos;
y porque mejor lo veas,
ya estás libre.
JUANA: Tus pies beso.
Va a arrodillarse, y detiénela
GUALEVA
GUALEVA: Levanta, que esta fineza
que hago contigo, conmigo
más de un cuidado me cuesta.
¿son todos los españoles
como tú? Dime, ¿en la guerra
se usan estas blancas manos?
¿tienen todos tu belleza?
JUANA: (Sólo que me enamorase Aparte
faltaba ahora a mi pena:
pero aquí importa un engaño;
que, pues yo me hallo de Fresia
celosa, fingiendo que
quiero a esta mujer, con ella
me he de quedar, pues con esto
averiguo mis ofensas.)
GUALEVA: ¿Qué respondes?
JUANA: (Buena estoy Aparte
para enamorar de veras;
pero esto ha de ser.) Señora,
el respeto no me deja...
GUALEVA: Habla, ¿de qué te suspendes?
JUANA: Digo, divina Gualeva,
que en tus ojos...
GUALEVA: ¿Qué? ¿Qué dices?
JUANA: (Ella me da mucha priesa, Aparte
y yo a enamorar no acierto.)
Digo, que si tú quisieras,
mi amor rendido...
GUALEVA: Prosigue.
JUANA: A tu divina belleza
está ya...
GUALEVA: Pues, español,
hablemos claro. La mesma
inclinación me has debido.
Desde hoy el alma se emplea
en amarte.
JUANA: Soy tu esclavo.
GUALEVA: (¡Qué gloria, cielos!) Aparte
JUANA: (¡Qué pena!) Aparte
GUALEVA: ¿Cómo te llamas?
JUANA: Don Juan.
GUALEVA: Pues, don Juan, una advertencia
tiene que hacerte mi amor.
JUANA: ¿Cuál es?
GUALEVA: Que aunque libre quedas,
en Arauco has de quedarte.
JUANA: Me agravia que esto me adviertas.
(Cuando solo por quedarme Aparte he fingido esta cautela.)
GUALEVA: ¿Serás firme?
JUANA: Soy tu amante,
GUALEVA: ¿Iráste?
JUANA: Eres mi cadena.
GUALEVA: Ven, mi don Juan.
JUANA: Ya te sigo.
GUALEVA: ¡Qué alegría!
JUANA: ¡Qué tristeza!
GUALEVA: (Venciste, Amor, pues lograste Aparte
de este español las finezas.
Vase
Salen el MARQUÉS de Cañete, barba,
con bastón de general, don DIEGO de Almagro con
béngala, don PEDRO de Rojas y SOLDADOS españoles de
acompañamiento
MARQUÉS: Españoles valientes,
cuyos hechos altivos y eminentes
un mundo y otro aclama,
aun no cabiendo en ellos vuestra fama:
y veis en el estado
que el bárbaro rebelde, levantado,
después de tantas glorias,
ha intentado postrar vuestras victorias;
pues loco y atrevido
--de pensarlo, por Dios, estoy corrido--
olvidado --sin duda, que es aquesto--
de quien sois, a esta plaza sitio ha puesto
y es mengua, que la acción les he envidiado
que un marqués de Cañete esté sitiado.
DIEGO: Dos convoyes han rato.
MARQUÉS: Tienen traza,
según los miro, de asaltar la plaza.
DIEGO: A tu sombra, señor, hoy en los muros
defendidos estamos y seguros.
MARQUÉS: Buen don Diego Almagro, vuestro brío
no tan solo averigua el valor mío;
pues dando a España glorias,
le servís de muralla y de victorias.
DIEGO: Vuecelencia en honrarme...
MARQUÉS: Poco digo
que esto mejor lo sabe el enemigo.
Don Diego, hablemos claro, yo deseo,
aunque el inconveniente grande veo,
cuando somos tan pocos,
dar castigo a estos bárbaros, que locos
hoy me tienen sitiado;
y no es para un endose lo Mencerrado;
y aunque hay más de quinientos
para cada español, hoy mis intentos
se han de lograr. ¡Por vida
de los dos, que he de hacer una salida!
¿Qué os parece?
DIEGO: Señor, que acometamos,
que alentándonos vos, menos bastamos,
aunque para cualquiera
cien mil mundos de bárbaros hubiera.
MARQUÉS: Vos, don Pedro de Rojas, que valiente
siempre unís lo bizarro y lo prudente,
cuál vuestro voto es?
PEDRO: Seguir osado,
pues Vuecelencia lo ha determinado.
MARQUÉS: ¡Por vida mía!, Don Pedro, en este intento
decid desnudo vuestro sentimiento.
PEDRO: Estando de por medio vuestra vida,
(Ya negarle no puedo esta salida, Aparte
aunque el valor heroico lo ha dictado.)
me parece, según en el estado
que está el socorro que esperamos, era
mucho mejor, señor, que no se hiciera;
porque juntos con él, si el cerco dura,
está nuestra victoria más segura.
MARQUÉS: Andad, señor, y ¿a mí qué me debiera
si con ese partido acometiera?
¿Sufrir un cerco yo? ¿quién tal ha dicho?
No sufre tanta flema mi capricho.
Salir, señor, intenta mi denuedo,
que pensarán, por Dios, que tengo miedo.
Si el socorro llegare, ¿es mal partido
que al enemigo encuentro ya vencido?
PEDRO: Éste mi sentir es, mas al suceso
no ha de faltar mi espada.
MARQUÉS: Bueno es eso,
ella sola ha de darme la victoria.
PEDRO: De tu valor se espera mayor gloria.
DIEGO: Mirad, don Pedro, vos habéis llegado
poco habrá del Perú, sois gran soldado,
bien lo dice el valor que en vos se halla,
pero no conocéis a esta canalla;
porque son tan valientes,
y de esotros de allá tan diferentes,
que porque todos sus hazañas vean,
con disciplina militar pelean.
Y es mengua de soldados,
ver que nos tengan hoy acorralados,
sin opósito suyo, pues parece,
que de nuestra omisión su orgullo crece;
y así, para su estrago,
no hay sino darles hoy un Santïago,
MARQUÉS: ¡Y como que lo creo
de vuestro gran valor!
DIEGO: Ya mi deseo
quisiera verlo todo ejecutado.
Sale MOSQUETE
MOSQUETE: Gracias le doy al cielo que he llegado.
DIEGO: ¿Mosquete?
MOSQUETE: ¿Señor?
DIEGO: ¿De dónde vienes
con tanta prisa?
MOSQUETE: ¡Buena flema tienes!
Prisionero me vi del enemigo.
DIEGO: Qué dices? es verdad?
MOSQUETE: Lo que te digo;
y tú has sido mi norte y aun mi estrella,
porque en oyendo una araucana bella
tu nombre, libertad me dio al instante,
y me dijo...
DIEGO: No pases adelante,
que está el marqués aquí.
MOSQUETE: (Pues oye aparte. Aparte
Mira que traigo mucho que contarte.)
DIEGO: Luego me lo dirás.
MARQUÉS: Ese soldado,
[dime,] ¿quién es?
DIEGO: Mosquete, mi crïado.
Llega, Mosquete a que el marqués te vea.
Mosquete, acaba.
Llega al MARQUÉS
MOSQUETE: (Lo que mosquetea.) Aparte
MARQUÉS: Tiene buena presencia.
MOSQUETE: Menor mosquete soy de Vuecelencia.
MARQUÉS: Hoy es el día, españoles míos,
que necesito más de vuestros bríos;
y pues lo deseamos,
éste el orden será.
MOSQUETE: Ya le aguardamos.
MARQUÉS: Por la parte del río importa mucho,
Don Diego, que salgáis... pero, ¿qué escucho?
Suena dentro un clarín
DIEGO: Llamada han hecho.
MARQUÉS: Ya me da cuidado.
¿Qué puede ser?
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Señor, es un soldado
del real del enemigo,
que a boca quiere hablarte.
MARQUÉS: Que entre, digo.
SOLDADO: Ya licencia tenéis, entrad, soldado.
Sale CAUPOLICÁN, disfrazado
CAUPOLICÁN: (No he querido fïar de otro cuidado, Aparte
aunque es hacer a mi decoro ultraje,
esta acción; y así, vengo en este traje
solo, no porque vengo yo conmigo,
a saber la intención del enemigo.)
Llega
¡Apolo os salve, soldados!
¿Cuál es aquí de vosotros
el gran marqués de Cañete?
MARQUÉS: Di, araucano, ya te oigo.
MOSQUETE: (Parece, si no me engaño, Aparte
que aqueste galgo conozco.)
CAUPOLICÁN: El grande Caupolicán,
del orbe terror y asombro,
General de Arauco y Chile,
reino a su grandeza corto,
a ti el marqués de Cañete,
salud envía en Apolo,
para que conozcas yerros
[que te han de ser tan costosos],
si sabéis que ya la hambre
[con torcedores ahogos]
os debilita, y los días
os va consumiendo sordos.
Lo que a decirte me envía
es, que a saber vengo sólo
de vuestra altiva porfía,
si el medio os ha vuelto locos;
porque si sabéis que está
su ejército numeroso
sobre esta plaza, y que sois
para su defensa pocos;
si sabéis que es imposible
que os venga ningún socorro,
y aunque os viniera, españoles,
el de Marte, fuera ocioso,
¿a qué aguardáis castellanos?
¿Cómo, altivos ciegos, cómo
queréis ser vosotros mismos
enemigos de vosotros?
Rendíos al punto, que un día
tenéis de plazo; y si locos,
en este término, os tiene
la ceguedad perezosos,
por esa divina antorcha
que el cielo devana a tornos,
y ese encendido cometa
de ese cristalino globo,
que no ha de quedar almena
que no se convierta en polvo.
Mi vida, que de su saña
no sea indigno despojo,
esto me envía a decirte,
tu respuesta aguardo sólo.
DIEGO: ¡Esto escucho! ¡Voto a Dios...! Aparte
MARQUÉS: Aunque tu gran desahogo,
araucano, merecía
más respuesta que mi enojo;
y aunque no te vale el fuero
de embajador que es impropio
en ti porque de traidores
embajador no conozco;
porque vuelvas la respuesta,
aquesta vez te perdono.
A Caupolicán le di
que ahora no le respondo
de palabra, porque quiero
ir en persona yo propio
a castigarle en campaña.
Habláis mucho y obráis poco.
DIEGO: (Yo he de reventar, sin duda Aparte
si los cascos no le rompo.)
Descomunal araucano,
altivo y presuntuoso,
que fundas tu bizarría
en lo adusto y en lo bronco;
el marqués no ha de salir,
porque fuera empeño corto
a su valor. Yo saldré,
que soy el menor de todos
los que ves, y voto a Dios,
que si en campaña le cojo
--sin llegar mi espada a él,
que es un bárbaro asqueroso--
le he de enviar al infierno
tan solamente de un soplo;
y si acaso --que sí harán--
no le quieren los demonios,
volverá carbón, con que
nos calentemos nosotros.
CAUPOLICÁN: De tus soberbias palabras,
castellano, no me corro,
cuando habláis como mujeres
encerrados, y propongo
decirle a Caupolicán
que os envíe sin enojos
alguna labor que hagáis,
porque no estéis tan ociosos.
DIEGO: Bárbaro, ¡viven los Cielos!,
que has de ver...
Acomete y detiénele el MARQUÉS
MARQUÉS: Don Diego, ¿cómo
estando presente yo?
DIEGO: Por ti, señor, me reporto.
MARQUÉS: Dile a ese bárbaro ciego,
que luego al punto dispongo
sacar mi gente en campaña.
CAUPOLICÁN: Esa palabra le tomo.
MARQUÉS: Presto la verás cumplida.
CAUPOLICÁN: Desdichados de vosotros
si intentáis esta locura!
MARQUÉS: Vete en paz.
CAUPOLICÁN: Guárdeos Apolo.
Vase
DIEGO: ¡Vive Dios!, señor, que es mengua
de españoles valerosos
que de un bárbaro suframos
esta befa y este oprobio!
MARQUÉS: Bien decís; y así, don Diego,
como os he dicho, dispongo,
que por la parte del río
salga vuestro pecho heroico
a darles el Santïago.
DIEGO: De lo que tardo me corro.
MARQUÉS: Vos, don Pedro, por la parte
que mira al real, animoso
habéis de salir con orden
de hacer al bárbaro rostro,
y retiraos si acaso
empeña su resto todo,
que yo en Santa Fe quedo
para iros dando socorro.
Ea, españoles, partíos luego,
y vaya Dios con vosotros.
DIEGO: Toca al arma.
PEDRO: Al arma toca.
MARQUÉS: Ea, españoles famosos,
Santïago y cierra España.
Éntranse sacando las espadas
MOSQUETE: Allá vais con mil demonios:
solo Mosquete se queda,
que Mosquete no está loco
para que ahora dispare,
que es un hombre escrupuloso,
y no sale, que no quiere
que le sacudan el polvo.
Ve aquí que salgo, y un indio
me apunta y me saca un ojo,
porque tira muy derecho,
aunque tiene el arco corvo.
Ve aquí, que con una cuerda
remangado hasta los codos,
hecho verdugo de mártir,
hacia mí se viene otro.
Saco la cruz, y le digo
--tente, que no estoy de modo
que me despaches a ser
vecino del Flos Sanctorum.
Ya han salido. Ya se traba
la escaramuza, y el plomo
reparte sus peladillas.
Disparan. Dentro CAUPOLICÁN
CAUPOLICÁN: ¡Araucanos valerosos,
hacia el río, que nos cortan!
Dentro DIEGO
DIEGO: ¡Todos para mí sois pocos!
MOSQUETE: Aquí estoy mal; ahora bien,
yo me voy a aquel rastrojo
a decir que he peleado
más que ninguno de todos.
Vase. Dentro ruido de batalla, y sale don DIEGO
retirando algunos indios, y mételos a cuchillados
DIEGO: ¡A ellos, fuertes castellanos!
IINDIOS: ¡Huyamos, que son demonios!
Vanse, y salen dos SOLDADOS españoles
retirando a FRESIA
SOLDADO 1: Ríndete, araucana.
FRESIA: Infames,
mal mi orgullo valeroso
conocéis; de aquesta suerte
me rindo yo. ¡Vive Apolo,
que se me cayó el acero!
Cáesele
SOLDADO 2: Date a prisión.
FRESIA: Cielos, ¿cómo
consentís aquesta injuria?
Sale don DIEGO
DIEGO: Hacia aquí las voces oigo.
¿Qué es aquesto?
SOLDADO 1: Gran don Diego
de Almagro...
FRESIA: ¿Qué escucho?
SOLDADO 2: Sólo
haber hecho prisionera
esta araucana.
DIEGO: (¡Mis ojos Aparte
no han visto tal hermosura!)
FRESIA: (Ya por mi mal le conozco, Aparte
y hallo en él cuanto la idea
me propuso.)
DIEGO: Oíd vosotros.
Idos.
LOS DOS: Ya te obedecemos.
Vanse
DIEGO: ¿Quién eres, divino monstruo?
¿Quién eres, que como diosa,
hoy a tus plantas me postro?
Levanta el acero y se lo da
Vuelva el acero a tu mano,
vibra en mi pecho tu odio;
pero no, que ya me has muerto
con los rayos de tus ojos.
Y porque sepas que yo
soy tu prisionero solo
--por que tu vista a mi gente
no cause algún alboroto--
en ese bruto, que miras
atado a ese verde tronco,
te pon, y vete a tu real.
FRESIA: A tu valor reconozco
la libertad y la vida.
Dentro TUCAPEL
TUCAPEL: Araucanos animosos,
Fresia no parece.
FRESIA: (¡Cielos, Aparte
mi gente es ésta. ¿Qué oigo?)
Salen TUCAPEL, RENGO, y SOLDADOS
indios
TUCAPEL: ¡Ah, traidores! ¿Cómo así
queréis robar el tesoro
de Arauco cuando el sol mismo
no le merece en su solio?
RENGO: Muera, qué aguardo?
FRESIA: Teneos.
DIEGO: Los traidores sois vosotros.
Riñe don DIEGO con todos y FRESIA le
defiende poniéndose delante, y sale doña JUANA de
hombre, con la cara cubierta, y pónese al lado de don
DIEGO con la espada [desnuda]
JUANA: Caballero, a vuestro lado
me tenéis, ánimo.
FRESIA: ¿Cómo,
villanos, si le defiendo,
osáis altivos y locos
ofenderle?
TUCAPEL: ¿Qué razón
moverte puede?
FRESIA: Oídme todos:
A este castellano debo
la libertad, pues su heroico
pecho libre me envïaba,
cuando llegasteis vosotros;
y puesto que se le ofrece
a mi aliento generoso
ocasión en que le pague
la deuda del mismo modo,
nadie le ofenda, soldados,
venid siguiéndome todos:
y tú, castellano al punto
en ese bruto fogoso
que me ofrecías, te parte
al fuerte, advirtiendo sólo,
que no solamente son
los de Arauco valerosos,
sino que hasta las mujeres
tiene este aliento propio.
JUANA: (Y yo de que le defienda, Aparte
me abraso en celos rabiosos.)
TUCAPEL: Solo porque quedes bien,
templa Tucapel su enojo.
FRESIA: Seguidme pues. (¡Ay, don Diego, Aparte
dueño del alma te nombro!)
Vanse
DIEGO: ¡Ay, araucana divina,
cautivo quedo en tus ojos!
JUANA: (¡Ah falso! Pero no es tiempo Aparte
de descubrirme.) Animoso
caballero, montad luego,
y poned la vida en cobro,
que yo os aseguro el campo.
DIEGO: A vuestro aliento brïoso,
caballero, agradecido
estoy. ¿Quién sois?
JUANA: Eso sólo
es imposible deciros.
DIEGO: Pues si no os declaráis, ¿cómo
podrá mi pecho pagaros
la deuda que reconozco?
JUANA: Mas me debéis que pensáis.
DIEGO: Pues, ¿por qué encubrís el rostro?
JUANA: Porque me importa encubrirme.
DIEGO: Conoceisme?
JUANA: Ya os conozco,
y algún día os pediré
la paga.
DIEGO: Seré dichoso.
Tocan
A recoger han tocado.
JUANA: Pues, caballero brïoso,
idos al fuerte, que yo
al real de Arauco me torno.
DIEGO: Apartarme de vos siento.
JUANA: Yo evitaré los estorbos
para estar siempre con vos.
Tocan
DIEGO: No os entiendo.
JUANA: Yo tampoco.
DIEGO: Segunda vez han llamado.
JUANA: Adiós.
DIEGO: Adiós. Yo voy loco
de ver un hombre tan raro.
Vase
JUANA: Fementido y alevoso,
yo haré que pagues mi amor,
que aunque te abrasan los ojos
de Fresia, estorbar sabré
tus intentos cautelosos.
FIN DE LA PRIMERA JORNADA
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