¡Oh Cristo! 
  
 
 
 
 
«Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor;  
ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia  
sin que yo me angustie y llore;  
ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias, 
¡oh Cristo!  
 
»En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser  
para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya  
sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos,  
¡oh Cristo!  
 
»¡Qué importan males o bienes! Para mí todos son bienes.  
El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas.  
¿Rosas de Pasión? ¡Qué importa! Rosas de celeste esencia,  
purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros,  
¡oh Cristo!» 
 
Amado Nervo  
 
 
A la católica majestad de Paul Verlaine  
 
Padre viejo y triste, rey de las divinas canciones:  
son en mi camino focos de una luz enigmática  
tus pupilas mustias, vagas de pensar y abstracciones,  
y el límpido y noble marfil de tu testa socrática.  
 
Flota, como el tuyo, mi afán entre dos aguijones:  
alma y carne; y brega con doble corriente simpática  
para hallar la ubicua beldad con nefandas uniones,  
y después expía y gime con lira hierática.  
 
Padre, tú que hallaste por fin el sendero, que, arcano,  
a Jesús nos lleva, dame que mi numen doliente  
virgen sea, y sabio, a la vez que radioso y humano.  
 
Tu virtud lo libre del mal de la antigua serpiente,  
para que, ya salvos al fin de la dura pelea,  
laudemos a Cristo en vida perenne. Así sea.  
 
Amado Nervo  
 
  
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